seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:
TESTIGO DE ASESINATO (CapÃtulo 16 de 16)
Dudé si seguir el consejo de la recepcionista o volver al cobijo de mi habitación, pero un gesto de ella, insistiéndome en hacerle caso, y la certeza de que tenÃa que dejar resuelto mi problema si querÃa tranquilidad, me hicieron avanzar con miedo a la entrada del restaurante. Paré justo en la puerta, me giré, comprobé cómo la empleada del hotel no me quitaba la vista de encima, y fue entonces cuando me animé a acceder a la sala.
La escasa iluminación tardó en permitirme ver que solo habÃa una mesa ocupada, y no precisamente por un piloto, sino por una mujer que, con un café en las manos, me miraba fijamente: la señora Arbiza, con una sonrisa triunfadora, señaló una silla para que yo me sentara a su lado. Sin mirar a los laterales, igual que un condenado acude al patÃbulo, asà llegué a su altura y, sumiso, me puse a su disposición.
—Daniel… —inició con suspense—, un placer verte de nuevo.
—Mi familia me espera —dije yo intentando darle razones para que no me hiciera nada y tampoco demoráramos mucho esa escena.
—¡Tranquilo, hombre! ¿No te ha gustado?
No entendà a qué se referÃa, y tampoco me dio tiempo a preguntarle antes de escuchar cómo se acercaba por mi espalda alguien a nuestra mesa; unos pasos que interpreté masculinos trajeron a mi mente el rostro de un João que pensaba no iba a volver a ver. La sonrisa que, sin mirar a nuestro nuevo comensal, me dedicó la señora Arbiza, hizo que me girara antes de que este llegara; lo que vi, me dejó helado: el señor Arbiza, de una pieza, y con aspecto de estar muy sano, me palmeó la espalda y se sentó a mi lado poniendo un plato de fruta al centro de la mesa.
—¿Qué tal? —dijo quien yo pensaba muerto y en el fondo del océano.
—Parece que le hemos sorprendido —añadió mi supuesta asesina.
Yo no era capaz de decir nada.
—¿Lo entiendes, Daniel? —me dijo la señora Arbiza— Nos ha salido bien, ¿no?
—Pero… ¿qué significa esto? —conseguà preguntar.
Se miraron con complicidad antes de que él le cediera la palabra a ella, dándole el honor de explicar lo que habÃa pasado en la última semana.
—Te reconocimos nada más llegar aquÃ, a las Azores, te vimos mientras esperábamos las maletas, y esa misma noche planeamos todo. Por tu cara, creo que nos ha salido bien, ¿no?
No respondÃ.
—Inventarnos un asesinato, conseguir que fueras testigo, implicar a nuestro amigo João para que nos ayudara allà en Horta además de al personal de los hoteles para mantenerte en tensión toda la semana…
—Y pasar nuestras vacaciones separados —añadió el señor Arbiza.
—No ha sido fácil —terminó ella—, aunque sà muy divertido.
—¿Me reconocisteis? —fue la única parte de la explicación que no encajé.
—¡Claro! ¡Daniel Carazo! ¡El escritor!
—¿Y?
—Daniel —terminó ella con ese tono tranquilizador que solÃa usar—, ¿no lo entiendes? Te hemos regalado una fantástica trama para tu próximo libro, y nos encantarÃa ser los protagonistas.
Entonces lo entendà todo.
En vez de sonreÃr, una lágrima corrió por mi mejilla como única muestra de la tensión que liberé. No sé si ellos lo entendieron, pero me limité a levantarme de la silla, despacio, y sin decir nada volver al refugio de una familia que me esperaba para volver a España.
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FIN.
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