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Foto del escritorDaniel Carazo

El partido


Él vio un enfrentamiento correcto entre los dos equipos. A su parecer, las dos plantillas disputaron el triunfo de una manera sublime y demostraron que el fútbol puede ser una disciplina deportiva en la que es factible la superioridad de un club solo por la calidad individual de sus jugadores. Para él, su equipo culminó los noventa y siete minutos con el marcador un tanto por delante del rival, aunque, si tuviera que sincerarse, diría que el transcurso del tiempo de juego fue estresante, incluso que en algún momento de la contienda vislumbró una inesperada e indeseada derrota.

Para él, los componentes del equipo que sigue desde hace años ejecutaron un encuentro tácticamente correcto. La línea defensiva cerró bien los espacios con dos centrales que suplieron los errores de los laterales. Los medios hicieron gala de su calidad generando un muro infranqueable y permitiendo así un juego mucho más adelantado que el del rival. La línea delantera, aunque actuó poco y quizá estuvo algo desafortunada en cuanto a la puntería del remate, finalmente pudo aprovechar las escasas oportunidades en las que terminaron afrontando directamente al guardameta contrario y materializaron, tres de los cuatro únicos disparos, en goles.

Su sensación tras el partido fue satisfactoria, quedó contento con el resultado, con poder alardear una semana más del puesto en la clasificación general y con la imagen mostrada por el club al que, como todos los de su estatus, sigue.

Al día siguiente del partido, él volvió a la rutina ordinaria: su trabajo, sus amistades y la grata conversación en el bar donde siempre toma un Blue Saphire cuando tiene algo que celebrar, aunque nuevamente no lo hizo por haber ganado el partido, sino que olvidó rápido ese evento para centrarse en el contrato que cerró hace dos días con los inversores, y que sus empleados le habían dejado ya prácticamente finiquitado.

 

Ella, sin embargo, terminó exhausta tras el encuentro. La tensión generada por la igualdad de los dos equipos hizo que no descansara hasta ese minuto noventa y siete en que el árbitro, por desgracia, decidió pitar el final del partido. Lástima, unos minutos más y estaba segura de que podrían haber empatado al eterno rival, pero la competición es así y, aunque duela por no haber conseguido el objetivo, hay que aceptarla.

Los jugadores del equipo que, desde que tiene uso de razón, literalmente le roba el corazón, lucharon como gladiadores desde el minuto uno. Salieron igual de motivados que el público del estadio y esa comunión es la que generó —y genera en cada jornada— el clímax que toda afición visitante envidia y que la prensa no se cansa de alabar.

No todos jugaron bien, eso hay que reconocerlo. El portero, como de costumbre, estuvo sublime, pero los defensas esta vez parecían un poco despistados, lo que permitió que los del equipo contrario, mucho más fríos y tácticos, aprovecharan bien las pocas ocasiones que les permitieron llegar hasta la portería rival. Esa pequeña debilidad es la que llevó a su equipo finalmente a la derrota, pero se vio compensada con creces con el compañerismo, la solidaridad y la unión que demostraron todos y cada uno de los jugadores de su equipo que saltaron al que ya sabían difícil terreno de juego. Hasta los delanteros olvidaron varias veces su principal misión para ayudar a los de detrás. ¡Bravo! Así se puede perder, dándolo todo, dejándose la piel en cada jugada, y no asumiendo la derrota hasta el pitido final, por difícil que parezca a veces dar la vuelta al marcador.

Como le enseñó su padre, y a él su abuelo, y a él su bisabuelo, al día siguiente del partido se reunió con los compañeros de la peña en el bar del barrio donde suelen ver los partidos de fuera de casa. Y celebraron con unas buenas cañas, como se merecía, haber luchado con tanta pasión. Esos momentos en los que rememoran cada jugada del partido son inolvidables, y no solo las jugadas, también los abrazos, los gritos, las risas, los cánticos y todo lo que hace que esa gente sea su familia. Por eso, y por ellos, ama lo que para ella es más que un equipo de fútbol: es una forma de vivir y un culto a unos valores que, por supuesto, también transmitirá a sus hijos.

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