Hacía tiempo que habitaba en él. Llegó silenciosamente y, pensándose superior, no le dio la importancia que merecía. Sin darse cuenta le invadió y dominó hasta un punto que ya solo deseaba librarse de ella. Anulaba totalmente su voluntad y se le hacía insoportable. No podía seguir así, aunque eso supusiera su final. Mejor no vivir, que hacerlo bajo su yugo.
Pero un día decidió contarlo, desahogarse, pedir ayuda, y le regalaron el mejor consejo que se le pudo ocurrir, el que le salvó la vida: explosión mejor que implosión; hacia fuera mejor que hacia dentro.
Ahora, cuando siente que ella quiere coger las riendas, él corre, baila, chilla, pinta, lee, habla, canta, sale… Hace cualquier cosa que le permita expulsar esa ansiedad que casi termina su vida.
¿Se ha ido por completo?
No, pero ahora es él quien la domina.
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