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Foto del escritorDaniel Carazo

Mal d'amore

Era el día y la hora señalada. Por fin mi pareja y yo íbamos a cenar con su jefe, y así podía quedarme tranquilo: los celos me machacaban desde hace tiempo y, por mucho que ella intentaba explicarme que eran suposiciones mías, yo no me quitaba de la cabeza que mantenían una relación amorosa. Quién me iba a decir a mí que esa noche iba a cambiar tan radicalmente mi vida. Si lo hubiera sabido, quizá no hubiera ido al restaurante.

Nos citamos en la trattoria “Mal d’amore” —precisamente en esa— un jueves, a las diez de la noche. Mientras nos vestíamos para ir, mi pareja estaba especialmente radiante; se puso los pantalones ajustados negros que tanto me gustan y los combinó adecuadamente con una blusa blanca, fina y de peligroso escote. No le dije nada sobre ello, pero verla así vestida me retrotrajo hasta el año que nos casamos, cuando fui a su casa con la intención de pedir formalmente su mano. Su padre, hombre serio y clásico en presencia y costumbres, me pidió que cuidara de ella no como esposa, sino como si fuera mi propia hija. El recuerdo me hizo dudar respecto a mis miedos e intenciones de esa noche, pero al final competí con mi mejor camisa de seda, mis zapatos más elegantes y, aun así, quedé claramente derrotado al no abandonar los eternos vaqueros. Aguanté su paciente mirada y, sin cambiar de opinión, la insté a salir cuanto antes de casa.

En contra de nuestra rutina, decidimos ir en Taxi, quizá premonición de lo que todavía no sabíamos que iba a pasar. Por el camino, el único que habló fue el taxista; resumió una vida que no viene al caso, pero que no tiene desperdicio.

A la hora en punto preguntamos al maître por nuestra mesa, y ahí empezó lo que iba a ser la tónica de la noche al encontrarnos a con su jefe ya esperando, demasiado elegante, excesivamente sonriente, sobradamente peinado y abiertamente receptivo a nuestra compañía; todo ello lo demostró levantándose al momento y lanzando al aire el primer brindis de los muchos que vendrían después.

Me senté a su lado en una mesa para cuatro; mi pareja enfrente. La cena fue insulsa en cuanto a compañía, no así culinariamente, que fue lo único que disfruté en las siguientes dos horas y media. Los comentarios cruzados y continuas alusiones a temas laborales, siempre liderados por la persona a quien había ido a conocer, me dejaron fuera de juego, lo cual me cabreó bastante y me hizo fijarme en ellos con peores intenciones de las debidas, captando guiños, gestos y hasta roces de manos con la simple excusa de rellenar un vaso, o celebrar algo de lo dicho. Todo ello derivó en oscuros pensamientos que desembocaron, lamentablemente, en los hechos que iban a acontecer la última media hora de nuestra estancia en la trattoria.

Con la segunda botella de Ribera ya vacía, y esperando la de cava para seguir brindando por cualquier éxito que hubieran compartido ese tiempo atrás, animé a mi rival a acompañarme al baño. Extrañado, miró a mi pareja y, sin ocultar una sonrisa que quizá el alcohol ayudó a aflorar, se levantó y esperó a que pasara yo por delante para seguir mis pasos hacia el excusado. Mi pareja se quedó relajada, mirando distraídamente el móvil y sin imaginarse que no íbamos a volver los dos.

Lo que pasó dentro del aseo, queda para mí. Solo puedo decir que no atendió a mis razones e incluso se puso a la defensiva negando mis acusaciones con una excusa que, lamentablemente, ya no escuché. Cuando quiso exponerla yo ya le había empujado y golpeado la cabeza contra un espejo que se hizo añicos, igual que mi vida.

Lo dejé tumbado, inerte y perdiendo una buena cantidad de sangre. Volví a la mesa y me encontré a mi pareja en animada charla con otro hombre. Nada más verme, nerviosa, me hizo un gesto de prudencia con la mano, queriendo avisarme de que por fin me iba a revelar el secreto que despejaría las nubes de mi cabeza: me presentó a Roberto, el joven novio de su jefe y responsable de recursos humanos en la empresa en la que trabajaban todos juntos.

Era ya la una y media de la madrugada cuando salí del restaurante, esposado y custodiado por la Policía. Antes de que me empujaran al interior del coche patrulla, pude ver cómo mi pareja, desconsolada, entraba en el mismo taxi que nos sacó de la rutina y nos trajo al desastre. 

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1 Comment


Mariló Caballer
Mariló Caballer
Jan 21

¡Qué bien, Daniel! Veo que sigues creando intrigas. Me alegro. Un fuerte abrazo.

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