Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:
TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 10 de 16)
Costó un rato hasta que por fin la señora Arbiza entró en un local, abarrotado de gente y que parecía estar de moda, y se sentó directamente en una mesa. Entramos nosotros detrás y, mientras mi hija buscaba en Google información de ese negocio, aproveché para hacerme una composición del lugar. Me extrañó que la señora Arbiza no hubiera preguntado a ningún camarero y se hubiera sentado directamente, ni siquiera para avisar de su llegada si es que tenía concertada una reserva. Entonces me fijé que en esa mesa ya había dos jarras de cerveza, y que al momento, un hombre que salía de los aseos se sentó con ella. Había quedado allí con alguien.
—Aquí —dije muy convencido—. Este sitio está muy bien.
—¡Genial! —exclamó mi hija— Es el “café Peter”, es un sitio muy antiguo y tiene una tradición marinera importante.
Menos mal que resultó ser un local recomendado, porque así mi familia quedó encantada con la elección. Esperamos unos minutos hasta que, con mucha suerte, nos dieron una mesa y, ya sentados, pude vigilar los movimientos de la señora Arbiza.
Cenó sola con ese hombre, comida ligera y snacks. Hablaron en tono bajo, aunque hubiera sido imposible saber lo que decían por el estruendo del local; lo que llamamos comunicación no verbal me transmitió la sensación constante de que ocultaban algo; estaban tramando algo y nuevamente yo estaba siendo testigo. La cena de la pareja terminó con un café y la entrega de un fajo de billetes por parte de la señora Arbiza a su comensal.
—¡Joder! —se me escapó.
—¿Qué pasa, Dani? —preguntó mi mujer al mismo tiempo que seguía mi cada vez más indisimulada mirada— ¡Anda! Si es la que nos ha preguntado antes… Pero ¿está con otro hombre?
Respiré ante el argumento abierto de una posible infidelidad. Siempre era mejor eso que un asesinato.
—Eso parece —le di la razón, agradeciendo que ella no hubiera visto el pago de dinero.
Mi mujer e hija dieron ya poca importancia a la presencia de esa mujer allí al lado y se dedicaron a comentar alegremente las recetas culinarias que ofrecía el bar. MI mente me llevó entonces a pensar que allí estaba una de las claves del caso: la señora Arbiza estaba pagando por algún servicio prestados a ese hombre, y ese servicio prestado… ¡Bien podía ser la ayuda en el asesinato de su marido!
No di crédito a la desfachatez de la señora Arbiza. Como seguían sentados cuando nosotros terminamos la comanda, decidí pedir un trozo de la famosa tarta de tres chocolates para alargar la estancia en el bar y lo degusté tranquilamente hasta que la pareja terminó sus diatribas y se levantó para retirarse, lo cual hicieron pasando al lado de nuestra mesa; esto provocó que, tanto la señora Arbiza como el otro hombre, se fijaran en nosotros, siendo conscientes entonces de que su trapicheo había tenido testigos. Nuevamente disimularon bien ya que se limitaron a saludar con la cabeza y dejarnos allí plantados, a mí con mis elucubraciones y a mi familia con un postre delicioso.
… Seguirá.
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