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Foto del escritorDaniel Carazo

TESTIGO DE ASESINATO (12 DE 16)

Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:

TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 12 de 16)

Tras mirarme unos segundos con curiosidad, la señora Arbiza se hizo a un lado y me permitió el paso al interior de la habitación, cosa que hice más que por voluntad propia, por el empujón que me dio el hombre que me había llevado hasta allí. Trastabillando me planté en mitad de la estancia y fue cuando pude comprobar que allí, al lado de la mesa, estaba lo que demostraba que esa habitación estaba ocupada por dos personas, y no por la teóricamente solitaria señora Arbiza: dos maletas y dos pares de chanclas no dejaban lugar a dudas. Al levantar la vista, los ojos de la mujer me intimidaron antes de que ella misma rompiera el silencio.

—Veo que te interesa mi vida, Daniel.

¿Daniel? ¿Sabía mi nombre? Eso solo podía significar que me había investigado, porque yo no la había visto en mi vida.

—¿A mí? —lógicamente no conseguí hacerme creer.

—No estamos para perder el tiempo, ¿verdad? Que las vacaciones siempre se hacen cortas y hay que aprovecharlas. ¿Por qué me sigues?

—¿Seguirte? ¿Yo? —exclamé con verdadera sorpresa— Ojalá no hubiera visto nada.

—¿No hubieras visto el qué, Daniel?

¡Qué descaro! Ella conocía tan bien como yo de lo que estábamos hablando, pero seguramente lo que pretendía era averiguar hasta dónde sabía yo. Mi única oportunidad era ganar algo de tiempo y hacerme el tonto a ver si conseguía salir indemne de allí.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Ella se rio y, en vez de contestarme, lo que hizo fue dirigirse a una de las mesillas de noche y sacar del cajón un libro que reconocí al instante: “Cuando leer es delito”, mi última novela. Sentí una mezcla de orgullo y preocupación.

—¿Lo has leído? —mi curiosidad superó al miedo.

—Y me ha gustado. Enhorabuena.

Un suspiro del hombre que tenía a la espalda nos devolvió a la realidad.

—Lo que vi la otra noche —contesté a la pregunta que me había lanzado antes de decirme por qué me conocía—, en el hotel de Ponta Delgada.

—Lo que viste, o más bien escuchaste, fue una triste discusión de pareja. Entiendo que el desmayo de mi marido te haya hecho pensar en alguna trama como las de sus libros, pero son imaginaciones tuyas.

—Y entonces, ¿dónde está el señor Arbiza, si puede saberse?

—Te lo dije ayer. Se puso malo y se ha quedado en Ponta Delgada.

—También dijiste que estabas aquí sola.

Un paso adelante del silencioso hombre que nos acompañaba precedió a la respuesta de mi interlocutora.

—Eso no es asunto tuyo. Lo que haga aquí João no es de tu interés.

Miré con miedo al tal João, que se mantenía firme y amenazador detrás mío y que dijo con hastío.

—¿Terminamos com isso?

—Não se preocupe João, o senhor Carazo está indo embora e vai nos deixar em paz, ¿certo?

Creí entender que me invitaban a irme y a no volver a molestarles, aun así me lo dejo más claro todavía.

—Por la cuenta que te tiene, Daniel, no vuelvas a molestarnos. Piensa en ti… y en tu familia.

No hizo falta nada más para que yo aprovechara el resquicio que me dejó João y saliera de la habitación con más miedo y preocupación de la que tenía al principio.


… Seguirá.

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