Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:
TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 13 de 16)
Tras pasar otra noche casi en vela, pensando, sin encontrar solución, en cómo evitar verme implicado en los planes de la señora Arbiza, un nuevo día en las Azores consiguió abstraerme, aunque no por completo, de la amenaza que recibí la jornada anterior. Espacios en la isla de Faial como el mirador de la virgen de la Concepción, el inmenso cráter de Caldeira, el completísimo museo volcánico de Capelinhos e incluso la piscina natural en la que acabamos la ruta obraron el milagro.
Fue una vez más al final de la jornada cuando, en el mirador del Monte da Guia, desde donde observábamos gran parte de la ciudad de Horta, volví a la realidad que tanto evitaba. No sé por qué me llamó la atención una furgoneta blanca que estaba aparcada en un lateral del puerto deportivo, aunque rápido descubrí que lo que había atraído mi mirada fue la inconfundible presencia de la señora Arbiza y de João al lado de dicho vehículo. Con la excusa de hacer fotos del paisaje, me aparté del pequeño grupo que nos acompañaba y, haciendo uso del zoom de la cámara pude observar mejor la escena; me extrañé al descubrir que la furgoneta estaba especializada en reparto de material congelado y que, de su interior, mis dos conocidos estaban descargando varias cajas de material aislante para depositarlas en una pequeña lancha neumática.
La idea cruzó de manera fugaz por mi mente, y no quise ni pensar en ello hasta que la caída de una de esas cajas me confirmó que había acertado: algo parecido a un trozo de carne y el desbordamiento de un líquido espeso y rojo oscuro fueron claramente visibles antes de hundirse en el agua…
El susto que se llevó la señora Arbiza, la bronca a su cómplice, y su ansia por comprobar que nadie se había percatado del incidente, no podía significar que estuvieran haciendo nada bueno; un nuevo pago en efectivo al conductor de la furgoneta antes de despedirlo y hacerse los dos a la mar en la lancha neumática tampoco me transmitió muy buenas sensaciones.
Poniendo como excusa el vuelo de unas gaviotas alargué mi supuesta sesión de fotos todo lo que pude, aunque lo que estaba haciendo era seguir el trayecto de la señora Arbiza y de João hacia alta mar. El privilegio de mi posición me permitió comprobar cómo, a bastante distancia mar adentro, pararon el motor y se dedicaron a lanzar al agua las cajas que acaban de cargar… Me acababan de resolver la parte del crimen que todavía no había averiguado: qué habían hecho con el cuerpo del señor Arbiza y cómo se estaban deshaciendo de él ¡Qué horror! ¡Descuartizado, transportado a otra isla y lanzado a los tiburones!
Cuando terminaron con su macabra acción, me reincorporé lívido al grupo con el que estábamos terminando la visita. Antes de que mi mujer dijera nada, me adelanté yo mismo.
—A mí este clima húmedo y cálido no me sienta bien. Estoy deseando llegar al hotel.
Resopló desesperada por mi poca resistencia al turismo y, al menos así, conseguí que me ignoraran y pude recuperar un poco el talante mientras decidía qué hacer.
… Seguirá.
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