Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:
TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 14 de 16)
Al día siguiente, lo que iba a ser una maravillosa penúltima mañana de nuestras vacaciones, lanzándonos a alta mar con un grupo de científicos de la Universidad de Lisboa con el objetivo de observar cachalotes, delfines, y con suerte alguna ballena azul, se convirtió en una pesadilla imaginando que debajo nuestro, quién sabe a qué profundidad, estaban los trozos del cadáver del señor Arbiza pudiendo ser juguete o alimento de los animales que pretendíamos ver. Cada silueta de una gaviota posada en la superficie del agua era para mí un trozo de una de las cajas aislantes que habían contenido fragmentos de un ser humano.
Acompañé todo lo que pude a los universitarios e incluso me emocioné ante la grandiosidad de los cachalotes —imposible no hacerlo—, y así conseguí terminar con éxito y sin vomitar la expedición, aunque nadie hubiera sabido si ese vómito habría sido debido al mareo del mar, o a la imagen del señor Arbiza despedazado debajo nuestro.
Tuvimos que volver al hotel a recoger el equipaje antes de tomar el vuelo de vuelta a la isla de San Miguel, y como nos quedaban dos horas libres, disimulé unas ganas tremendas de pasear por la ciudad antes de abandonarla. Lógicamente, ni mi mujer ni mi hija me acompañaron, y eso me permitió ejecutar el plan con el que quería quitarme de encima el peso que me estaba agobiando. Me dispuse a ir a lo que encontré como la comisaría de policía más cercana al hotel: la Capitanía del Puerto de Horta —al menos era policía marítima—, con el fin de dejar constancia de todo lo que había averiguado. No podía marcharme así, pero tampoco me quería ver envuelto en un jaleo policial y quién sabe si diplomático, por eso lo que ya había empezado a hacer durante la noche anterior, y terminé rápidamente en ese momento, fue transcribir el relato de los hechos, luego lo traduje al portugués con una aplicación del móvil, lo imprimí desde ese ordenador que aún queda presente en el vestíbulo de todos los hoteles y que ya nadie usa, y mi intención era dejarlo de forma anónima en dicha comisaría.
Tras andar un poco por las calles vacías, y cuando tuve al alcance mi objetivo, lo que casi conseguí fue sufrir un nuevo infarto ya que, a escasos metros de dicha comisaría, la presencia del maldito João, hablando con el agente de guardia en la puerta, me disuadió por completo de ejecutar mi débil plan.
Temblando, me di inmediatamente la vuelta y fue entonces cuando me topé de bruces con la señora Arbiza. Ella estaba muy tranquila, yo sin embargo hecho un flan.
—Daniel… Daniel —dijo conteniendo las formas.
No acerté a responder, y menos al ver cómo el gorila portugués se despedía del policía y venía hacia donde estábamos nosotros.
—Creía que había quedado claro que todo esto no era de tu incumbencia —siguió la señora Arbiza.
—Yo…
—¿Y has dejado solas a tu mujer e hija? —Me interrumpió.
Eso fue suficiente para que, antes de que João llegara a nuestra altura, le diera a la mujer un fuerte empujón haciéndole caer entre dos coches y saliera corriendo como alma que lleva el diablo, preocupándome de pasar al lado del funcionario policial, que nos miraba sorprendido, para lanzarle el papel que llevaba impreso.
… Seguirá.
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