Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:
TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 15 de 16)
Llegar al hotel de Horta, aguantar las protestas de un taxista que ya me estaba esperando con nuestras maletas cargadas y largarnos al aeropuerto, fue mi salvación. Abandoné la isla de Faial dejando allí a la señora Arbiza y a su cómplice y habiendo, de alguna manera, declarado mi relato de los hechos; podía estar tranquilo.
Esta vez, las horas de espera para la facturación y embarque, así como las del vuelo, las dejé pasar simulando que estaba adormilado. Por supuesto no vi ni rastro de mis sospechosos, y como en Ponta Delgada íbamos a un hotel diferente del que nos alojó al inicio del viaje, mi mente consiguió tranquilizarse casi por completo.
Nuestras vacaciones ya estaban terminando, solo nos quedaba pasar esa noche y, como a la mañana siguiente, muy temprano, partía el vuelo de vuelta a Madrid, decidimos no visitar una ciudad que ya conocíamos y aprovechamos para cenar algo ligero en el snack bar del hotel.
Me reconocí obsesionado por la señora Arbiza ya que, estando sentados en el patio interior del hotel, y mientras repasábamos divertidos las fotos de los días anteriores, mi semblante volvió a tensarse cuando creí ver a mi vieja conocida en una de las habitaciones que tenía a la vista…, pero además, si a quien yo veía era ella…, ¡no estaba sola!, y si yo estaba viendo bien… ¡esta vez estaba acompañada por otra mujer!, a quien por cierto juraría haber visto antes y no caía dónde.
Intenté no dejarme llevar por el pánico, me dejé medio sándwich sin tocar e insistí en retirarnos pronto con la excusa de que teníamos que levantarnos a las cinco y media de la madrugada, y teníamos pendiente cerrar las maletas.
Cuando, todavía sin amanecer, sonó la alarma del móvil, yo no había conseguido dormir ni cinco minutos; no veía la hora de abandonar aquellas, por un lado maravillosas islas, pero que por otro lado me tenían en un sin vivir. Mientras mi mujer e hija remoloneaban un poco más, yo me duché y aproveché para bajar a recepción a hacer el check out. Tras tocar un par de veces el timbre que avisaba al personal del hotel, y cuando por fin me atendieron, fue cuando recordé perfectamente dónde había visto a la mujer que acompaña la noche anterior a la señora Arbiza.
—Buenos días, señor, ¿qué necesita?
Era ella, ¡la recepcionista del hotel era la que estaba en la habitación de mi sospechosa! Me quedé mudo intentando entender algo.
—¿Señor? —insistió la mujer, con cara más de diversión que de extrañeza ante mi silencio.
—Esto… —titubeé—, yo…, nosotros…, salimos ya y quería hacer el check out.
—Claro, señor Carazo, no hay problema.
¿Señor Carazo? Yo no me había identificado todavía ¿Sabía quién era yo? Eso no podía significar nada bueno.
—¿No quieren desayunar algo antes?
De forma automática miré hacia donde estaba el restaurante y me sorprendí al verlo abierto y débilmente iluminado. Me giré de nuevo hacia la mujer.
—Lo abrimos toda la noche —me aclaró—, al estar tan cerca del aeropuerto aquí se aloja mucho piloto. Además, señor Carazo, le esperan a usted.
… Seguirá.
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