Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:
TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 5 de 16)
Tras pasar preocupado el resto de la tarde, y cenar en el casco antiguo de Ponta Delgada, la segunda noche en ese hotel la pasé en vela, pendiente de lo que nuevamente pudiera escuchar en la habitación de al lado, que fue nada.
Por la mañana preferí no insistir en lo que solo yo estaba seguro de que había ocurrido, en parte para no fastidiar las vacaciones a mi familia, pero sobre todo para protegerlas de mi sospechosa; si ellas actuaban con normalidad, mi supuesta asesina se daría cuenta de que no había compartido con ellas ninguna información y, ante una posible reacción peligrosa por su parte, esperaba que las dejara al margen.
Este día teníamos prevista una ruta por la otra parte de la isla de Sao Miguel, la zona de Furnas, pero yo decidí que, antes de que nos recogieran, iba a intentar quedarme tranquilo respecto a mis sospechas y, haciéndome el distraído, planeé preguntar en la recepción del hotel por los inquilinos de nuestra habitación de al lado, buscando que me hablaran de ellos y, si fuera posible, que me dieran algún dato que indicara que no había pasado nada. Así que, mientras esperábamos al guía que nos iba a acompañar en la excursión, y con la excusa de que me había dejado algo en la habitación, entré de nuevo en el hotel y paré en el mostrador donde los empleados ya respiraban ante la salida de gran parte de los turistas.
—Perdón —le dije al recepcionista que vi con más cara de sueño —, me he dejado las llaves de la habitación, y necesitaba recoger algo.
—Claro, señor. ¿Me dice su nombre y número de habitación?
—Sr. Carazo. Habitación 516 —le di deliberadamente el número de la habitación contigua a la nuestra.
Tras una breve comprobación en el ordenador, el joven me miró extrañado.
—Debe haber algún error, señor Carazo, esa habitación no figura a su nombre.
—¿Cómo qué no? —exageré— Compruébelo bien, que tengo algo de prisa.
Sin cambiar la pantalla que tenía en el ordenador, el recepcionista insistió justo como yo quería.
—¿Está seguro del número, señor? Esa habitación figura a otro nombre.
—¿Seguro?… Espere a ver… Quinta planta, casi en frente del ascensor.
Tras teclear de nuevo en el ordenador, el empleado sonrió cuando fue consciente de haber resuelto el problema.
—Ahora lo entiendo, señor. Su habitación es la 517. Son tres personas, ¿verdad?
Asentí mientras simulaba contar las puertas del pasillo donde estaban las habitaciones y sin darle todavía toda la razón a mi interlocutor, por si me aportaba más datos.
En su afán por aclararme las dudas, el joven acabó dándome más información.
—517. Esa es la suya. Está a su nombre, y son tres. La 516 es del señor y la señora Arbiza. No hay duda.
—Ah —dije aparentando desgana. Y al ver la llegada del coche que nos iba a recoger, añadí—. De todas maneras luego recogeré mis cosas, porque ya vienen a buscarnos.
Y dejando más sorprendido que tranquilo al recepcionista, me di la vuelta y salí a la entrada del hotel, donde teníamos el punto de encuentro con el guía.
Mi sorpresa y miedo llegó cuando vi a la que ya sabía que se llamaba señora Arbiza, sentada en el bordillo de la acera y siguiendo todos mis movimientos, incluidos los que había ejecutado en la recepción del hotel.
… Seguirá.
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