Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:
TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 6 de 16)
Vaya jornada pasé después de saber que mi sospechosa se había dado cuenta de mis preguntas al personal de recepción, menos mal que la belleza de los parajes que visitamos en esa maravillosa isla me hizo olvidar cualquier suceso, incluido el asesinato, por muy sorprendente que esto parezca.
Ese día la vuelta al hotel fue tranquila, y nuestro paso por la piscina para refrescarnos también, aunque para alguien inquieto como yo bastaron unos minutos perdidos en la tumbona para que mi mente se volviera a activar en modo detective y decidiera aprovechar ese momento de pausa de mi familia y escaparme a realizar alguna investigación más.
—Puf… ¡Qué calor! No lo aguanto —exclamé levantándome.
Bastó ese gesto y esa frase para que mi mujer e hija me miraran con cara de: “Ya está el agonías, que no puede parar quieto”, y agradecieran que las dejara allí tranquilas. Como no era muy tarde, acababa de ganar un buen rato para investigar. Aun así, decidí ser mucho más directo que por la mañana y, aprovechando el cambio de turno en la recepción, me acerqué de nuevo al mostrador y le dije a la más joven que vi, por supuesto mostrándome muy seguro y poniendo cara de tener prisa.
—La llave de la 516, por favor. Soy el señor Arbiza. Tiene las dos mi mujer y me he venido yo antes.
¡Funcionó! Al momento, y sin más comprobaciones conseguí dos cosas: que me dieran la tarjeta para abrir la habitación contigua a la nuestra, y que hasta ese momento nadie había echado de menos al señor Arbiza.
Subí sin pensar demasiado en lo que iba a hacer y, tras no escuchar ningún ruido desde fuera, abrí la puerta del cuarto y me colé en el interior del posible escenario del crimen. No quise encender la luz para que nadie desde el exterior se diera cuenta de mi intromisión y así, a tientas, avancé hasta el fondo y entreabrí las cortinas para acomodar un poco mejor la vista a la penumbra. Evitando ponerme nervioso por el allanamiento, no tuve que esforzarme mucho para comprobar con lo que llenaba el armario y el cuarto de baño, que en aquella habitación debería haber dos personas, y en concreto un hombre y una mujer, y lo que ya no me dejó lugar a dudas fue la tarjeta de bienvenida que el hotel había dedicado al señor y la señora Arbiza.
Acababa de confirmar lo que había averiguado hasta ese momento, y que allí seguía habiendo pertenencias de una pareja, pero entonces la pregunta ahora no era solo qué había pasado, que eso lo tenía más o menos claro, sino… ¿qué había hecho esa mujer con el cuerpo de su marido?, ¿cómo era posible que se hubiera desecho del cadáver sin llamar la atención?
Me dispuse a abandonar impunemente la habitación cuando, nada más abrir la puerta, me topé de bruces con una chica que no me dio tiempo a reconocer. Chocamos bruscamente y fue tal el pánico que me invadió que no me paré a escuchar que era ella la que me decía.
—Entschuldigung, ich habe ihn sie nicht gesehen.
Y tampoco en lo extrañada que se debió quedar cuando, sin pedir perdón, eché a correr y enfilé mi huida escaleras abajo, camino del refugio de la hamaca abandonada antes en la piscina.
… Seguirá.
コメント