Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:
TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 8 de 16)
Ya por la mañana, y ante la sorpresa de mi familia, cuando ellas se levantaron yo ya había hecho el check out y les insistí en recoger todo rápidamente, desayunar como si estuviéramos llegando tarde a algún sitio, y esperar en la esquina más apartada de la puerta del hotel al taxi que nos iba a llevar al aeropuerto; todo con tal de evitar un encontronazo con la señora Arbiza.
Hasta que no llegamos al aeropuerto —teníamos el traslado de isla en avión— no me empecé a relajar; creo que fui el único pasajero que cruzó el control de seguridad con una sonrisa y al que la tediosa espera para embarcar le supuso un placer. Yo solo pensaba en que ya perdía de vista a mi sospechosa y que no me iba a quedar más remedio que olvidarme del asesinato.
Lamentablemente esa felicidad solo duró hasta que, siendo un aeropuerto pequeño, nos sacaron a la pista y nos colocaron en fila para subir andando a un pequeño avión de hélices. No me pude creer que ella estuviera también allí. ¡La vi delante nuestro! Iba sola, lógicamente para mí sin su marido, y aparentando ser una turista despistada más, aunque yo estaba seguro de que me tenía localizado y vigilado.
Sin poder disfrutar ya del vuelo, esperé hasta que mi mujer e hija se durmieron y me levanté con la excusa de ir al aseo y la firme intención de localizar a mi sospechosa: estaba unos asientos por detrás nuestro y no tuvo reparo en mirarme fijamente cuando pasé a su lado. Azorado, yo mantuve la vista fija en el final pasillo; no tuve valor para enfrentarme a ella. Aproveché la visita al aseo para remojarme bien en el lavabo y volví corriendo a ocupar de nuevo mi asiento, con la sorpresa de que, al lado del libro que tenía preparado para leer, me encontré una nota de papel.
La cogí y la disimulé entre las páginas del libro. Asegurándome que mi familia seguía durmiendo, me animé a abrir esa nota y enfrentarme a lo que tuviera escrito: era una hoja con el sello del hotel que acabábamos de abandonar y me transmitía un mensaje muy directo: “Sé que lo has visto. Silencio. Por tu bien”.
Así que la señora Arbiza ponía las cartas sobre la mesa, y no se escondía, al menos ante mí, pero también me amenazaba, y bien sabía yo de lo que era capaz esa mujer. ¿Qué podía hacer? Estaba totalmente bloqueado y cuando, desesperado, levanté la vista, fue aún peor, porque allí plantada, delante mío, estaba ella, sonriéndome como si disfrutara de la situación.
No supe reaccionar, y creo que ella, comprobando que mi reacción a su mensaje era la que esperaba, entendió que no era el sitio ni el momento de hacer nada más porque se limitó a volver a su asiento y no me molestó más en el resto del viaje, o al menos yo no lo sentí porque tampoco me giré ni una sola vez hacia atrás.
… Seguirá.
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