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  • Foto del escritorDaniel Carazo

TESTIGO DE ASESINATO (8 DE 16)

Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:

TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 8 de 16)



Ya por la mañana, y ante la sorpresa de mi familia, cuando ellas se levantaron yo ya había hecho el check out y les insistí en recoger todo rápidamente, desayunar como si estuviéramos llegando tarde a algún sitio, y esperar en la esquina más apartada de la puerta del hotel al taxi que nos iba a llevar al aeropuerto; todo con tal de evitar un encontronazo con la señora Arbiza.

Hasta que no llegamos al aeropuerto —teníamos el traslado de isla en avión— no me empecé a relajar; creo que fui el único pasajero que cruzó el control de seguridad con una sonrisa y al que la tediosa espera para embarcar le supuso un placer. Yo solo pensaba en que ya perdía de vista a mi sospechosa y que no me iba a quedar más remedio que olvidarme del asesinato.

Lamentablemente esa felicidad solo duró hasta que, siendo un aeropuerto pequeño, nos sacaron a la pista y nos colocaron en fila para subir andando a un pequeño avión de hélices. No me pude creer que ella estuviera también allí. ¡La vi delante nuestro! Iba sola, lógicamente para mí sin su marido, y aparentando ser una turista despistada más, aunque yo estaba seguro de que me tenía localizado y vigilado.

Sin poder disfrutar ya del vuelo, esperé hasta que mi mujer e hija se durmieron y me levanté con la excusa de ir al aseo y la firme intención de localizar a mi sospechosa: estaba unos asientos por detrás nuestro y no tuvo reparo en mirarme fijamente cuando pasé a su lado. Azorado, yo mantuve la vista fija en el final pasillo; no tuve valor para enfrentarme a ella. Aproveché la visita al aseo para remojarme bien en el lavabo y volví corriendo a ocupar de nuevo mi asiento, con la sorpresa de que, al lado del libro que tenía preparado para leer, me encontré una nota de papel.

La cogí y la disimulé entre las páginas del libro. Asegurándome que mi familia seguía durmiendo, me animé a abrir esa nota y enfrentarme a lo que tuviera escrito: era una hoja con el sello del hotel que acabábamos de abandonar y me transmitía un mensaje muy directo: “Sé que lo has visto. Silencio. Por tu bien”.

Así que la señora Arbiza ponía las cartas sobre la mesa, y no se escondía, al menos ante mí, pero también me amenazaba, y bien sabía yo de lo que era capaz esa mujer. ¿Qué podía hacer? Estaba totalmente bloqueado y cuando, desesperado, levanté la vista, fue aún peor, porque allí plantada, delante mío, estaba ella, sonriéndome como si disfrutara de la situación.

No supe reaccionar, y creo que ella, comprobando que mi reacción a su mensaje era la que esperaba, entendió que no era el sitio ni el momento de hacer nada más porque se limitó a volver a su asiento y no me molestó más en el resto del viaje, o al menos yo no lo sentí porque tampoco me giré ni una sola vez hacia atrás.


… Seguirá.

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