Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:
TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 9 de 16)
Llegar a Horta, capital de la isla de Faial, y sentirme vigilado fue todo uno, percepción que además ya no me abandonó en el resto el día.
Esa tarde no teníamos vistas programadas, así que, una vez instalados en el nuevo hotel, decidimos salir a visitar la cuidad. Mi silencio extrañó un poco a mi familia, pero lo achacaron al cansancio que evidenciaban mis ojeras y me respetaron. Mi mente, sin embargo, no dejaba de trabajar: algo tenía que hacer, no podía estar así hasta el final del viaje y, aunque peligroso, mi conciencia no me permitía permanecer pasivo habiendo sido testigo de un asesinato.
No tengo nivel de inglés suficiente como para manejarme con soltura en un país extranjero, por lo que la opción de acudir a la policía no era viable, y tampoco quería implicar a mi hija —que era la única que podía hacerme de traductora—, pero es que además tampoco tenía más pruebas del crimen que la foto que conseguí sacar deprisa y corriendo de la mano del difunto. La única solución que para mí era viable consistía en buscar a la señora Arbiza, presionarla y seguirle la pista para forzarla a cometer algún error que la delatara.
No me hizo falta esforzarme mucho porque esa noche fue ella la que nos contactó. La vi de lejos en la calle, avanzando en dirección contraria a la nuestra; en mi afán de acumular información, disimulando que fotografiaba la calle, saqué una foto en la que con algo de esfuerzo se le podía reconocer. Ella se dio cuenta porque, al saberse retratada, se acercó directa a nosotros.
—Hola, ¿sois españoles? —le dijo muy educada a mi mujer.
—Sí —contestó ella con la alegría que da encontrar a un compatriota en país ajeno—, ¿necesitas algo?
—¡Qué alegría! —disimuló muy bien— Es que busco algún sitio para cenar.
En ese momento no sé de dónde saqué el valor para intervenir como lo hice.
—¿Y tu marido?, te vi con él en el hotel de Ponta Delgada. ¿No está aquí?
—¡Dani! —me regañó con toda la razón mi mujer por esa pregunta tan indiscreta, algo impropio de una persona tímida como yo.
La señora Arbiza se turbó un momento, o eso simuló muy bien, pero en seguida pareció aceptar el reto y disfrutar con él.
—Mi marido no está aquí conmigo. Enfermó y se ha quedado en Ponta Delgada. He venido sola.
—¡No me digas! —mi mujer estaba perpleja—, y ¿está solo allí en el hotel?, ¿estará bien?, ¿os podemos ayudar?
—No creo que le haga falta mucha ayuda, al menos ya no —no pude evitar decir.
—No os preocupéis —zanjó la señora Arbiza la conversación antes de que mi mujer me reprendiera de nuevo—, lo tengo todo controlado… o eso creo. Gracias. Ya nos veremos.
Y diciendo esto siguió su camino, como si nada.
En cuanto comprobé que ya no nos podía escuchar le dije a mi mujer que fuéramos buscando un sitio para cenar y, no sé si consiguiendo disimular, las dirigí por las calles del centro de Horta a una distancia prudencial, pero siempre detrás de la misteriosa señora Arbiza.
… Seguirá.
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