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Foto del escritorDaniel Carazo

TESTIGO DE ASESINATO (3 de 16)

Mis ansiadas vacaciones en las islas Azores se vieron truncadas al ser testigo de un asesinato. Puedes seguir el relato de los hechos en estas publicaciones:

TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 3 de 16)


Dada la hora que era, aún sin amanecer, no me quedó otra alternativa que regresar a la cama y tratar de quedarme allí tranquilo, pensando en lo que acababa de pasar e intentando relajarme. Tenía muy claro lo que primeramente había oído y posteriormente visto, estaba totalmente seguro de que no había sido producto de mi imaginación, pero, aunque hubiera sido real, si alguien le hubiera hecho algo al hombre del que sólo había visto una mano… ¿qué había pasado después?, ¿quién y cómo había retirado el cuerpo en el escaso intervalo de tiempo que había tardado yo en reaccionar?, ¿y por qué ya no se escuchaba absolutamente nada ni en el pasillo ni en la habitación de al lado?

Se me agolpaban en la cabeza demasiadas preguntas sin respuesta.

Así, en vela, pasé lo que quedaba de noche, intentando escrutar el más mínimo sonido que delatara actividad en la habitación de nuestros vecinos y mirando fijamente hacia la pared que separaba ambos cuartos, como si de tanto hacerlo fuera a ser capaz de ver qué pasaba al otro lado.

El amanecer por fin se hizo evidente a través de las pesadas cortinas que inútilmente estaban pensadas justamente para que eso no pasara, y me alegré cuando por fin sonó la alarma del móvil que indicaba la hora de levantarnos; en los viajes siempre nos ha gustado desayunar tranquilos antes de iniciar la dura rutina propia de los turistas.

En cuanto mi mujer hizo el primer ademán de estar recuperando el estado consciente, la asalté nuevamente sin pensar en que yo estaba bastante más despierto que ella.

—Es muy raro.

—Es muy raro, ¿el qué? —acertó a preguntarme después de bostezar.

—Lo de anoche —le dije, queriendo que se acordara cuanto antes de nuestra última conversación— algo ha pasado en la habitación de al lado.

—¿Ya estás otra vez con tus historias? —me dijo divertida—, entonces, ¿se han cargado a alguien?, y si ha sido así, ¿ha venido ya la policía?, ¿o una ambulancia?

Con su practicidad, mi mujer siempre me ha hecho ver las cosas como son, y con sus preguntas me hizo pensar que una vez más podía tener razón: si realmente hubiera pasado lo que yo me temía, o aunque estuviera equivocado y solo hubiera sido un accidente, lo lógico es que con quien hubiera estado discutiendo por la noche hubiera llamado a algún servicio de urgencias, o al menos al personal del hotel, y yo estaba seguro de no haber escuchado absolutamente nada más.

Mi silencio y gesto analítico fue suficiente para que mi mujer me mirara con cariño, no me hiciera demasiado caso, y me mandara a ducharme el primero para dejarlas luego a ellas el baño libre y poder bajar pronto a desayunar.

Achantado decidí no insistir. Es verdad que lo ocurrido por la noche fue muy raro y la oscuridad a veces nos hace ver cosas que no son. Solo le hice a mi mujer una pregunta más.

—¿Tú sabes quién se alojó ayer en la habitación de al lado?


… Seguirá.

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